martes, 7 de diciembre de 2010

LITERATURA FEMENINA Y FEMINISTA

Los últimos treinta años han sido testigos de una revolución ideológica que, a la manera de los grandes cataclismos históricos, ha cambiado la faz cultural de la tierra. Haciendo visibles a las mujeres y dotándolas de voz propia, es decir, convirtiéndolas en agentes del poder político (aunque todavía muy limitado, queda mucho por hacer), el feminismo ha causado una transformación profunda en la sociedad contemporánea pues las mujeres están consiguiendo que se deroguen leyes anticuadas a favor de nuevas constituciones, que se corrijan convenciones y protocolos obsoletos, que se revisen actitudes vitales equivocadas y que se desechen falsos valores comunitarios. Con ello el feminismo está dando carácter de época a nuestro tiempo y está marcando las pautas a la cultura del porvenir. La revolución feminista está ocasionando estragos en todos los ámbitos de la vida actual, desde la moda hasta los dogmas de fe y evidentemente ha cambiado los códigos de la comunicación en todos los idiomas. Baste un ejemplo para ilustrar lo que digo. El signo lingüístico hombre que, en español, en ingles y en muchos otros idiomas, había servido de significante a la totalidad de la especie, hoy se reserva casi exclusivamente para designar al varón. En broma y en serio ahora hay que puntualizar "mujeres y hombres" para significar genero humano. Se alteran los códigos de la comunicación porque ha habido una modificación en las actitudes vitales, porque se ha adoptado una nueva postura frente a la realidad. En este clima revisionista prolifera la literatura femenina. Recibe su impulso inicial del movimiento feminista y de el le viene también su extraordinaria vitalidad. Comprometida a destruir los estereotipos temáticos y formales que la habían falseado, subvierte las convenciones lingüísticas, sintácticas y metafísicas de la escritura patriarcal registrando la totalidad de la experiencia femenina (social, espiritual, psicológica y estética) en textos que van desde la denuncia airada hasta lo lírico-intimista. Las investigaciones recientemente realizadas demuestran que gran parte de la literatura femenina colonial se ha preservado porque se desarrollo en los conventos lo cual explica el predominio de lo ético-religioso en la temática y de la crónica y la autobiografía en la forma. El sexo de sus autoras explica la preferencia por la lengua casera y familiar de sus escritos. Electa Arenal y Stacey Schlau dan testimonio de la producción femenina de esta época en su espléndido y valiosísimo trabajo de recopilación Untold Sisters: Hispanic Nuns in Their Own Words. El siglo diecinueve registra un aumento en el numero de nombres reconocidos pero estos todavía aparecen esporádicamente y las autoras que los llevan no siempre se aproximan a la problemática femenina desde premisas abiertamente feministas. No así las escritoras de la primera generación poética del siglo XX que son incorporadas al canon imperante pese al tono de denuncia y protesta de sus escritos: Mistral (1889-1957), Agustini (1886-1914), Storni (1892-1938) e Ibarbourou (1895-1979). El auge de la literatura femenina en Latinoamérica empieza realmente a mediados de siglo y se sostiene en el eje geográfico México-Argentina representado por las figuras de Rosario Castellanos (1925-78) y Elena Poniatowska (b. 1933) en el extremo norte y Victoria Ocampo (1890-1979) y Griselda Gambaro (b. 1928) en el extremo sur. Las escritoras de esta generación son las precursoras directas de una literatura que, tanto por la temática como por el discurso, se puede calificar de auténticamente feminista. Los años setenta vieron irrumpir en la escena literaria cientos de libros escritos por mujeres. Este no es el momento de recopilar títulos ni tratar de separar lo que es literatura -metáfora, suspenso, misterio, épica, - de lo que es mera anécdota personal o panfleto político, pero tampoco se puede ignorar hechos como el que documenta Peggy Job (Steele 14): sólo en México más de cincuenta autoras han publicado novelas y colecciones de cuentos en los últimos 25 años. Si a esta cifra se añaden los nombres de poetas y se recorren otros países, el total es sensacional. Lo que es evidente es que las escritoras latinoamericanas han ingresado en el canon y lo han transformado. Cuando se habla del Boom no se escucha ni un solo nombre de mujer, pero ése no es el caso cuando se trata de la literatura actual. Una tercera parte de los artículos seleccionados por el distinguido hispanista Donald Shaw para un número especial de Studies in Twentieth Century Literature (1995) dedicado a la literatura del post-Boom, se ocupan de novelistas mujeres. Y lo más significativo es que, al definir el post-Boom, Shaw sustenta sus postulados teóricos del artículo introductorio apoyándose por igual en la practica textual y las opiniones críticas tanto de los hombres como de las mujeres de letras que constituyen la última promoción latinoamericana. 14) Todavía no se puede hablar de una teoría literaria propiamente latinoamericana pero si de una conciencia clara de la necesidad de formularla. La reflexión critica no escasea pero toma la forma de análisis de textos individuales o examina grupos generacionales o tradiciones nacionales. Ha habido incursiones en este campo como la interesante teoría de la dependencia que Angel Rama desarrollo al estudiar la poesía rubendariana profundizando en la conexión que descubre entre la estética del lujo modernista y la economía internacional de finales de siglo, pero de momento las propuestas teóricas siguen llegando de sociedades más desarrolladas. En ningún otro campo hay una conciencia tan clara de vacío que apunte a la necesidad de un autoexamen colectivo, única manera de salvar nuestra precaria identidad del neocolonialismo que continua amenazándonos. Hemos dado un paso hacia adelante al admitir que no hay lecturas neutrales pero la construcción de una teoría feminista basada en la doble alteridad de la escritora latinoamericana está por hacerse. En conclusión, ya hemos empezado a superar el estallido inicial de la protesta feminista que, como el de toda revolución, fue necesariamente estridente; pero ahora que ya hemos cambiado el mundo -aunque sea mínimamente-, que ya hemos obligado a los ojos y los oídos de la sociedad contemporánea a fijarse en lo que dicen y hacen las mujeres, el terreno es fértil para formular programas y presentar demandas serenamente.

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